Os presentamos a José Iván, uno de los mecenas de ONUS! en nuestra campaña de Kickstarter de 2015 y su carta. ONUS! Mecenas: José Iván o El General Nereildun «el lobo»

Os presentamos a José Iván, uno de los mecenas de ONUS! en nuestra campaña de Kickstarter de 2015 que se ha convertido gracias al arte de Ramsés Bosque en… El General Íbero Nereidun «el lobo» listo para la batalla con su carta personalizada y un relato de su puño y letra que queremos compartir con vosotros.

 

Nereildun «el lobo»

Kaeso contemplaba incrédulo el desastre. Agazapado entre la espesura, el velite observó como los íberos emboscaban a las tropas romanas que escoltaba. Aquello parecia imposible. Sus compañeros en el otro lado del linde del bosque habian mantenido las señales de tranquilidad. Todo despejado. Pero los guerreros enemigos habian surgido rápidamente, bien organizados y concentrando su ataque donde mas daño podian hacer en la columna de legionarios. Aquello no era precipitado, de algún modo habian matado a los exploradores del otro lado, reemplazando sus avisos. Eso significaba que habian tenido mucho tiempo para preparar la carga y, aún peor, que habian estado observandoles, identificando sus señales y cazándoles al amparo de la foresta sin que ningún otro explorador se diera cuenta.

Apartó todas esas ideas de su mente y se concentró en el contraataque. Para un velite, una emboscada es también una oportunidad de emboscar. Avanzó con sus compañeros al abrigo de las sombras, mientras la noche se iba acercando. Habían estado tan cerca de llegar a su destino…

Se esforzó en buscar señales entre las tropas enemigas. Un ataque así debía estar dirigido por algun caudillo guerrero, algún comandante destacado. Y si caía, la vergüenza y el desconcierto se propagarían entre sus tropas. Podía ser la oportunidad necesaria para aplastar a los bárbaros.
Observó, mientras sus hombres seguian avanzando y acechando. Observó, buscando la mejor posicion mientras los soldados morían. Permitió incluso que algunos velites de su flanco se unieran a la refriega para dispersar las posibles dudas de los íberos. Y al final, lo encontró.

Para un ojo menos experto habría pasado desapercibido en la matanza, pero Kaeso conocía a su enemigo. Conocía acerca de su lenguaje, su forma de combatir y sus temores ante la muerte. Por eso pieles de lobo envolvian su casco, para que al llegar los velites los bárbaros creyeran que se enfrentaban a guerreros terribles que abrían para ellos las puertas del inframundo. Sabía cuanto significaban estas bestias para esa gente y gracias a eso, comprendíó el flujo humano en aquella marea de sangre. Había un guerrero avanzando entre las tropas. No habia desenfundado su falcata pero la sangre estallaba a su alrededor. Como un lobo que guía a su manada sólo con sus pasos, los guerreros íberos reaccionaban entorno a él desplegando la muerte sobre los legionarios de Roma. Cada uno sabía qué debia hacer por cómo actuaban los que le acompañaban. Ese movimiento nacía entorno a aquel íbero de ropajes oscuros que avanzaba con pasos decididos y calmados viendo caer romanos muertos a su alrededor, con aquella mirada que se clavaba en el corazon de Kaeso incluso estando oculto a tanta distancia. No sería el primer caudillo íbero que degollase. Sonrió, y desplegó a sus exploradores.

Le llevó más tiempo del que hubiera querido conseguir dar el rodeo necesario, desviar la atencion de los íberos que se interponían mediante ensayadas y disciplinadas estratagemas y finalmente preparar el golpe. Pero lo consiguió. Dos exploradores lanzaron sus jabalinas. No acertaron, pero obligaron al íbero a fintar dando la espalda a Kaeso. Entonces, los guerreros cercanos cubrieron a su caudillo atacando a los señuelos. Se acercó por detras con su corto glaudius en la mano, listo para degollarle y terminar con todo aquello.

El caudillo íbero era alto, fornido y vestia características ropas negras y grises, con una capa de piel de lobo recogida para moverse en la foresta. Kaeso se avalanzó sobre él con una sonrisa implacable, cerró la presa en su cuello y deslizó la hoja por su garganta.

Fue tan rápido que hasta el último instante creyó que realmente lo había conseguido. Sin embargo el íbero reaccionó con un movimiento preciso, consciente. No le pareció rápido, sólo exacto. El impetú de Kaeso y lo acertado del paso del caudillo le habian descubierto la espalda. Tras un golpe feroz, notó un dolor alargado en la nuca. Cayó boca arriba por la fuerza del corte. De reojo, junto al rostro, vió sus pieles de lobo cercenadas en el suelo. Fue una caída torpe, propia de un peso muerto, y sólo notaba la sangre empapandole mientras el íbero se acercaba. Vió sus barbas, el pelo largo sobre sus hombros, el brillo grisaceo del peto con aquel lobo grabado. Lo miró a los ojos, y Kaeso creyó reconocer aquellos rasgos. Lo miró en el alma, mientras la suya le abandonaba, y contempló a la bestia que le acechaba. «Balceatin nereildun» le susurró el guerrero con voz grave.

El mundo de las sombras arrastraba a Kaeso. Vió al íbero cargar contra los legionarios como una bestia iracunda, seguido por sus guerreros. Notó las lágrimas en los ojos mientras su cuerpo se apagaba. Y escuchó aquellas palabras resonando en su cabeza, recordando su significado. «Balceatin nereildun»… «Venganza para nuestros muertos».

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